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Una de las razones que conspira contra la conformación de una unidad nacional democrática es el resentimiento y la desconfianza existente entre líderes y actores políticos cuyas experiencias del pasado los separa sustancialmente. No es algo negligente, ligero o fortuito, sino una realidad que refleja el dolor del pasado y heridas que se convierten en fuente de diferencias irreconciliables.
Más temprano que tarde, Nicaragua necesita un compromiso nacional para establecer la verdad y la memoria histórica, como premisas para montar el andamiaje de la justicia como una tarea impostergable y realizable.
Las pesadillas del pasado
Los gobernantes Ortega y Murillo existen bajo la suma de una acumulación de poder, una consecuencia del ejercicio de la autoridad por la fuerza, la corrupción, y la impunidad que data al menos cien años, casi la mitad de la cual ellos han sido actores responsables.
Las heridas de los abusos se remontan al menos desde 1934, con el asesinato de Augusto C. Sandino y la instalación de la dictadura dinástica de los Somoza, seguida de una insurrección revolucionaria en 1979, y una guerra civil y guerra externa en los años 80, en la que se destaca el protagonismo de Daniel Ortega y el Frente Sandinista.
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