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Creer que con quedarse callado y pretender que no pasa nada en una dictadura, y hasta pensar que las violaciones de derechos humanos solo afectan a los militantes y activistas que desafían al régimen, no solamente es equivocado, sino que además contribuye a postergar las transiciones democráticas.
Esta misma actitud se manifiesta en la complacencia en las etapas nacientes de las dictaduras cuando se asocia la “mano dura” con buen Gobierno, o cuando se trivializa el problema de la corrupción, “todo mundo roba, al menos este construye”. Las recientes “lecciones” de Bukele contra las maras son ejemplos que el intercambio entre la soberanía de los derechos constitucionales por el orden social, no deja réditos positivos. El régimen Ortega-Murillo es un ejemplo más contundente de cuán destructivas son las dictaduras cuando estos déspotas toman vuelo con los derechos que van coartando en la población. Siempre hay un punto de inflexión, y empieza cuando el líder predica la coerción en lenguaje popular.
las dictaduras del siglo XXI han mejorado su técnica represiva, su mecanismo de control social, sus métodos para lidiar con el aislamiento diplomático sin perder mercados internacionales. El resultado sigue siendo el mismo: sociedades reprimidas, controladas por un líder autócrata, sacrificando el desarrollo económico y social de sus ciudadanos. Pero las consecuencias son peores no solo porque retrasan el desarrollo, sino que condenan a la sociedad a una pobreza política y económica por más de una generación. Por ello es importante que las sociedades y la comunidad internacional se preparen para resistir a las dictaduras. No se trata de ir a la calle y arriesgar que te peguen un tiro, se trata de informarse, de conocer cómo funcionan estos regímenes, cómo roban y cómo el pueblo se prepara cuando estas dictaduras empiezan a dar señales de desgaste.
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