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La Nicaragua de julio de 2024 es muy diferente a lo que comúnmente se ha visto y vivido en los últimos diez años. Es el lugar en que ha desembocado un estado policial, corrupto, oportunista y mentiroso.
A 45 años no se celebra un triunfo, se revive un Déjà vu.
Esta es la normalidad que creó Daniel Ortega, en la que la población se acomoda, independientemente de cuánto les guste, pero no queda de otra.
Aunque los Ortega quieren decir que ‘ya paso todo’, la pesadilla está en su capítulo dos, sucesión dinástica y cleptocracia.
Se vive bajo miedo, con una pistola detrás de la cabeza, porque meterse en política es un acto de “menoscabo contra la soberanía” y eso lleva a la cárcel y hasta la muerte, o destierro en el mejor de los casos.
En público, la principal y casi única preocupación del nicaragüense es el empleo, el costo de vida, la inflación y la mala paga. No es la corrupción, la política, el gobierno policial. Bueno, si lo es, pero en privado. No se habla de eso, es como en Cuba, donde la gente susurra calladito que aquí se está vivo con no abrir la boca.
La ambición de la gente es irse, recibir remesas familiares, lograr el favor de alguien en el gobierno, o vivir acurrucado en una burbuja de negación, para que no te pase nada.
Esta es la Nicaragua que celebra su historia de revolución 45 anos después. Quien diría en 2007 en donde estaría Nicaragua hoy después de tantas luchas.
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