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El consenso global, dentro y fuera del país, es que el principal objetivo de Nicaragua como nación es derrotar el proyecto de sucesión dinástica del régimen actual, para abrir el camino hacia una transición democrática. La realidad obliga a diferenciar entre la lucha por alcanzar el cambio político, y cómo gobernar democráticamente. El denominador común, sin embargo, sigue siendo el mismo: crear una coalición con capacidad de lograr el cambio, y con capacidad de gobernar democráticamente.
La democratización consiste en el esfuerzo de las fuerzas cívicas de crear una hoja de ruta con tres paradas: primero, la salida política hacia un contexto democrático; segundo, la construcción e implementación del andamiaje democrático; y tercero, la consolidación democrática que incluya herramientas autosostenibles y adaptables al cambio global y la modernidad.
En cada uno de estos pasos, las alianzas políticas son básicas y acompañadas de compromisos democráticos que no se contradigan entre sí. Pero hay al menos tres desafíos de por medio, ninguno es sencillo, y se debe empezar a trabajar en cada uno de ellos en vez de dejar pasar el tiempo.
El primer desafío, una coalición para terminar con la sucesión dinástica
La crisis nicaragüense se encuentra en un punto en el que la extrema radicalización dictatorial con orientación dinástica, la multiplicidad de problemas globales, y la atomización de los líderes democráticos han puesto de relieve que una salida de esta dictadura no ocurrirá en el corto plazo, y cuando ocurra será como resultado de la inercia política al interior de las contradicciones y quiebre interno del círculo de poder. El desafío está en organizar un liderazgo representativo que sirva de interlocutor con el compromiso de diseñar una estrategia de resistencia.
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