Reflexiones sobre las elecciones en Estados Unidos: Esto es lo que somos

˙ Voces

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Ya perdí la cuenta de cuántas veces, durante estos últimos cuatro años, he escuchado a líderes estadounidenses hacer todo lo posible para tranquilizar al mundo: “esto no es lo que somos”. “Esto” haciendo referencia al comportamiento escandaloso y rompedor de normas del presidente Donald Trump, quien alcanzó el punto más bajo de irresponsabilidad con sus infundadas acusaciones de fraude electoral. Implícito en esas palabras estaba susodicho que la victoria de Trump en 2016 fue una aberración, un accidente y que Estados Unidos volvería a la normalidad una vez que los votantes pudieran regresar a las urnas. Resulta ser que esos líderes estadounidenses estaban equivocados.

Esto es lo que somos, o al menos lo que es casi la mitad del país el cual votó por Trump en 2020. El país está quizás más profunda y amargamente polarizado que nunca antes, con un alto nivel de desconfianza mutua entre los dos principales partidos políticos. Hay dos realidades separadas, dos conjuntos de valores. El trumpismo demostró no ser un fenómeno fugaz, sino un movimiento que probablemente persista y forme parte del panorama político estadounidense durante algún tiempo. En esta elección, Trump demostró que controla al Partido Republicano, un partido que refleja continuidad en algunas de sus temáticas de base pero que ha abandonado sus posiciones tradicionalmente pro comercio y pro inmigración. El ya reelecto líder republicano del Senado, Mitch McConnell, junto a otros senadores republicanos, le tienen una enorme deuda a Trump por permitir que continúe su control del Senado.

En ciertos aspectos, los resultados electorales fueron sorprendentemente similares a los de 2016, cuando Trump derrotó a Hillary Clinton en un trastorno que sacudió al mundo político. Por supuesto, hay una diferencia clave. Esta vez (al momento de escribir este artículo, en la tarde del 6 de noviembre), parece probable que Trump pierda, y que el 20 de enero de 2021, sea Joe Biden quien se convierta en el 46° presidente de los Estados Unidos. Mismo así, las principales razones por las que muchos creían que 2020 era diferente a 2016 tuvieron solo efectos modestos, aunque aparentemente suficientes, para causar un impacto que terminó por definir el resultado de las elecciones.

Por un lado, el manejo inepto que Trump tuvo sobre la pandemia durante los últimos diez meses no afectó tan significativamente su apoyo como se esperaba. Es cierto que Biden ganó dispersas áreas rurales, sin duda afectadas por la pandemia, las cuales Trump había ganado hacía cuatro años. Esto marcó la diferencia y logró instaurar nuevamente el “muro azul” en estados cruciales del “rust belt”, el cual se expande por Michigan, Wisconsin y Pensilvania. Pero, mas allá de todo esto, en lo que debería considerarse como el mayor error de sondaje político de los últimos tiempos, Trump no pareció haber pagado un costo político por las casi 240.000 muertes, más de nueve millones de casos, cierre masivo de empresas y vertiginoso desempleo. Si no fuese por la pandemia, es probable que Trump hubiese sido reelecto. De hecho, es fácil imaginar diversas estrategias que Trump podría haber empleado para poder asegurar una segunda victoria.

Por otro lado, se debe tener en cuenta que Joe Biden no fue una figura tan polarizadora como Hillary Clinton. Biden disfrutó de altos índices de favorabilidad y fue percibido como una persona decente, honorable y empática, lo cual lo hizo mucho más difícil de demonizar (a pesar del férreo intento por parte del equipo de Trump). Aún así, a pesar del hecho de que Biden y Trump eran polos opuestos en carácter y personalidad, Trump mantuvo una sustancial popularidad sobre la clase trabajadora blanca e incluso logró avances entre los afroamericanos y latinos, especialmente hombres, cuando se comparan estos números con los de 2016. Uno podría haber esperado un apoyo más significativo a la declarada “batalla por el alma de la nación” impulsada por Biden. Una conclusión ineludible de estas elecciones es que, si bien Biden puede haber ganado la batalla, derrotar a un presidente titular populista no es una hazaña menor y la guerra continúa.

Finalmente, algo que debe tenerse en cuenta es que 2020 no fue 2016 porque esta vez era Trump quien estaba en el poder y no quien atacaba al establecimiento político de Washington. A diferencia de hace cuatro años, esta vez Trump tenía un historial que podía ser evaluado y criticado. Pero, sorprendentemente, su campaña de 2020 repitió virtualmente todo lo que hizo su campaña de 2016, con incluso menos sustancia (por ejemplo, poco énfasis sobre «el muro» en la frontera con México o los supuestamente “terribles” acuerdos de libre comercio). Todo lo contrario, su campaña estuvo aún más cargada de agravios, victimizaciones y de una instauración del miedo popular sobre lo que implicaría una administración de Biden (el constante énfasis de Trump etiquetando a Biden como «socialista» lo ayudó a aumentar su popularidad entre los cubanos y venezolanos en el condado de Miami Dade, lo cual lo llevó a asegurar su victoria en la Florida. Lección: la campaña de desinformación sí que funciona). Los analistas subestimaron la profundidad de la ira y el resentimiento que casi la mitad de los estadounidenses sentían hacia el «establecimiento político», incluso mismo siendo Trump quien estaba en el poder. De hecho, Trump aprovechó esos sentimientos, al igual que lo hizo Hugo Chávez durante muchos años en Venezuela, aunque el desempeño de su gobierno haya sido pésimo.

Mirando hacia adelante, la mayoría del país que votó por Biden debería entender que el apoyo duradero de Trump es el producto de una serie de factores. Muchos votaron por Trump porque se beneficiaron de sus políticas económicas previas a la pandemia y respaldaron sus persistente llamado a reabrir la economía a pesar de los riesgos que esto implica para el buen manejo de la pandemia. Otros aplaudieron sus medidas de desregulación y los cambios conservadores en el poder judicial, incluidos los tres nuevos magistrados de la Corte Suprema. Sin duda, forman parte del electorado de Trump un grupo de personas más ominoso para la paz social y la estabilidad política del país, el cual esta compuesto por racistas. Incluidos en este grupo se encuentran también supremacistas blancos – quienes fueron artífices de acciones violentas las cuales el presidente se ha negado a criticar durante los últimos cuatro años. Otros estaban convencidos de que, a pesar de las credenciales centristas que posee Biden, su eventual administración sería socavada por fuerzas de izquierda del Partido Demócrata las cuales, en una última instancia, resultarían en intolerables aumentos de impuestos y una socialización de la medicina.

Sin duda, Biden traerá a la Casa Blanca la civilidad que ha estado ausente durante los últimos cuatro años. Pero, aún así, su tarea de gobernar será abrumadora. El repetido llamado a la unidad y el énfasis en que será el presidente de todos los estadounidenses, no solo de los estados que votaron por él, hacen que Biden tenga el tono correcto. Pero es difícil saber cuánta resonancia tendrán esas intenciones en un entorno político tan venenoso y polarizado como el actual. La participación récord en los comicios y el mayor compromiso cívico que se ha demostrado durante estas elecciones ofrecen algunas razones para mantener la esperanza.

Parece que Joe Biden, quien ha tenido la mira puesta en la presidencia desde 1988, finalmente obtendrá el premio que se le ha escapado durante todos estos años. En 2009, cuando se convirtió en vicepresidente, Biden y el entonces presidente Barack Obama heredaron un desastre: una profunda crisis financiera y económica y dos guerras lideradas por los Estados Unidos en Irak y Afganistán.

Ahora, la herencia recibida por Biden en 2020 le hará sombra a la de 2009. Biden y su equipo tendrán que lidiar con una implacable pandemia, una grave recesión económica, tensiones raciales, alianzas internacionales quebrantadas y un aparato gubernamental que ha sido sustancialmente socavado, o quizás completamente destruido. El daño ha sido considerable desde cualquier punto de vista. Sin la buena voluntad y una mayor confianza por parte de esta sociedad por demás dividida, es difícil ver cómo se puede reparar el daño causado. Como mínimo, tomará algo de tiempo y requerirá de mucha paciencia.

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