Argentina: Vuelta a la normalidad
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En las elecciones primarias del 11 de Agosto los argentinos enviaron un mensaje claro: Mauricio Macri no será reelecto, y su presidencia va a ser un paréntesis entre los gobiernos de Néstor Kirchner (2003-2007), Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015), y Alberto Fernández -su ex jefe de gabinete- que ganará con seguridad las elecciones del 27 de octubre y asumirá el 10 de diciembre.
¿Qué pasó?
Es difícil exagerar la dimensión de la derrota de Macri: Fernández lo derrotó por 15 puntos o casi 4 millones de votos, y perdió en todas las provincias salvo dos. Además, su aliada María Eugenia Vidal (hasta ahora considerada la política más popular del país) perdió por incluso mayor diferencia en las primarias y dejará de ser la gobernadora de la Provincia de Buenos Aires. Lo más probable es que el partido de Macri solo retenga la Ciudad de Buenos Aires.
La subestimación grosera del nivel de apoyo a Fernández en las encuestas de opinión llevó a un pánico financiero el día después de su victoria: colapsaron el peso, los bonos y la bolsa de valores. Seguramente haya sido una reacción exagerada, producto de un ciclo trágico en el que los inversores y el gobierno de Macri se convencieron mutuamente de las posibilidades de victoria, basándose en encuestadores que les decían lo que querían oír, y alimentaban el miedo al desastre que vendría si regresaba el kirchnerismo. Todo este esquema se derrumbó cuando se contaron los votos.
La realidad es que Macri perdió porque sus resultados económicos fueron desastrosos: bajo su mandato la economía se contrajo en tres de los cuatro años, la inflación es la más alta en 25 años, cayeron los salarios reales, y la pobreza subió del 30% al 35%. El gobierno tiene razón en señalar los serios problemas que heredó Macri y sus políticas valientes para reformar la economía, sacar al país del default, normalizar el mercado de cambios, reconstruir las estadísticas públicas y reducir un déficit fiscal insostenible. Pero en los últimos cuatro años el presidente prometió muchas veces que lo peor había pasado y que sus iniciativas estaban a punto de dar resultado. Llegó un momento en el que muchos argentinos que apoyaron a Macri en 2015 y en las elecciones legislativas de 2017 decidieron que ya no podían esperar más.
Otro factor clave fue que la ex presidenta Cristina Kirchner debilitó la estrategia de Macri de polarizar con ella al nombrar a Alberto Fernández como candidato presidencial y presentarse a la vicepresidencia. Con Cristina Kirchner en un discreto segundo plano, Fernández pudo unir a gran parte del peronismo (incluyendo a los gobernadores provinciales y al ex candidato presidencial Sergio Massa) y convertir la elección en un referéndum sobre los resultados económicos de Macri. El antikirchnerismo es una fuerza poderosa en la Argentina, pero por lo menos parte de los votantes de Macri en elecciones pasadas lo apoyaron porque creían en sus promesas de reducir la inflación y restaurar el crecimiento después de los malos resultados del segundo mandato de Cristina Kirchner entre 2011 y 2015.
Muchos dentro de la coalición de Macri le advirtieron hace meses de que no tenía que presentarse a la reelección, y le sugirieron apoyar a otro candidato (como Vidal) para construir una coalición amplia contra el kirchnerismo que incluya a varios peronistas moderados. Esas voces culpan ahora a Marcos Peña, el influyente jefe de gabinete de Macri, por aislar al presidente de la realidad y por el optimismo desmedido que desplegó el gobierno hasta momentos antes de que se conocieran los catastróficos resultados de las primarias.
¿Cómo será la presidencia de Alberto Fernández?
La verdad probablemente esté lejos tanto del escenario catastrofista de estilo venezolano que planteó Macri durante la campaña como de la promesa de Fernández de volver a las buenas épocas de Néstor Kirchner. La coalición kirchnerista está compuesta en su mayor clases pobres y clases medias bajas que esperan más gasto público para aumentar sus ingresos y el consumo, y por industrias locales que no son competitivas por lo que necesitan altos niveles de proteccionismo y crédito subsidiado para mantenerse a flote. Los poderosos sindicatos también apoyan a Fernández, por lo que la liberalización del mercado de trabajo y las reformas estructurales al estado están totalmente descartadas.
Durante la presidencia de Néstor Kirchner, mantener unida esta coalición era relativamente fácil porque 1) el país estaba saliendo de una recesión masiva y tenía un tipo de cambio sumamente competitivo, y 2) la Argentina experimentó un boom de las materias primas alimentado por la demanda china de sus exportaciones agrícolas. Fernández puede tener algo del primer punto, pero definitivamente no del segundo porque la economía mundial está mostrando signos preocupantes de desaceleración en países desarrollados y en desarrollo, incluyendo China. Los problemas del próximo presidente se complican todavía más porque la deuda pública se acerca a 100% del PBI, la inflación está en ascenso y va a superar el 50% este año, el crecimiento esperado para 2020 es de solo 1% (y podría ser menos todavía por la turbulencia reciente), y las reservas del Banco Central están debilitándose.
Fernández también va a enfrentar un contexto internacional difícil. A diferencia de Macri, va a asumir la presidencia en medio de la desconfianza de los inversores extranjeros y con una relación complicada con la Casa Blanca. Los vínculos personales son cruciales para Donald Trump, quien conoce a Macri desde antes de ser presidente. Macri aprovechó esta conexión y obtuvo el apoyo de Estados Unidos en el FMI, lo cual lo ayudó a conseguir un préstamo por 57 mil millones de dólares. Debido a sus tendencias ideológicas y al hecho de que derrotó a Macri, Fernández no va a tener ese tipo de acceso en Washington, a pesar de que su retórica proteccionista es más cercana a la visión de Trump que el liberalismo de Macri.
Para tranquilizar a los mercados Fernández prometió respetar todas las deudas y se rodeó de economistas pro-mercado como el ex secretario de Finanzas Guillermo Nielsen. Aunque el FMI va a desembolsar más del 95% del préstamo durante el mandato de Macri, le tocará a Fernández pagarlo. El potencial nuevo gobierno anunció que va a intentar renegociar el acuerdo para separar más los pagos y relajar las metas fiscales, que en realidad ya fueron ignoradas por Macri al lanzar un paquete económico después de las primarias que aumenta subsidios, jubilaciones y salarios y recorta impuestos. Aunque no le guste, esto significa que el odiado FMI va a supervisar de cerca la política económica de Fernández.
Gran parte de América Latina, gobernada por presidentes de centroderecha y derecha, también va a recibir al próximo mandatario argentino con frialdad. En Brasil (principal socio comercial de Argentina y su relación bilateral más importante) el presidente Jair Bolsonaro dijo que el triunfo de Fernández estaba convirtiendo a la Argentina en Venezuela, y su ministro de Economía Paulo Guedes amenazó con dejar el Mercosur si Fernández aplicaba políticas proteccionistas. Fernández respondió en la misma línea y llamó a Bolsonaro “xenófobo, violento y misógino”, aunque después adoptó un tono más conciliador. La destrucción del Mercosur sería traumática para Argentina y Brasil, pero sobre todo para el primero, que es el socio más vulnerable. Por lo tanto, Fernández va a tener incentivos para llegar a acuerdos con su vecino. El reciente acuerdo Mercosur-Unión Europea, sin embargo, está prácticamente descartado (para alivio del presidente francés Emmanuel Macron).
El próximo presidente argentino también va a tener que tomar decisiones difíciles en relación a Venezuela. Fernández definió al régimen de Nicolás Maduro como autoritario, pero va a tener que conciliar con los miembros más radicales y pro-chavistas de su coalición, que lidera Cristina Kirchner. Por lo tanto, es probable que decida salir del Grupo de Lima y quitarle el reconocimiento a Juan Guaidó (lo cual va a dañar las relaciones con Estados Unidos) pero al mismo tiempo mantener cierta distancia de Maduro. Bajo este escenario los socios más naturales de la Argentina serán Bolivia, México y Uruguay si sigue en el poder la actual coalición. Muy lejos del amplio apoyo que Macri obtuvo en América Latina, Estados Unidos y Europa.
En política doméstica y exterior, la gran pregunta es si Fernández va a tomar las decisiones o si va a cogobernar con su vicepresidenta. Cristina Kirchner eligió personalmente a Fernández como candidato, sigue siendo una figura popular (aunque polarizante) y va a controlar varias bancas en el Congreso y la estratégica Provincia de Buenos Aires a través del nuevo gobernador, Axel Kicillof, que le es leal. Además, es probable que su situación judicial mejore pronto: los jueces argentinos no suelen molestar a los poderosos. Seguramente Cristina Kirchner leerá el amplio triunfo de Fernández como una reivindicación personal, mientras que su compañero de fórmula podría entenderlo como un pedido de moderación y pragmatismo. Si Fernández busca demasiada independencia o gira demasiado hacia la ortodoxia económica por convicción o necesidad, su vicepresidenta podría convertirse en su principal rival.
El miedo a un retorno de las tendencias autoritarias del último mandato de Cristina Kirchner no es infundado, pero las circunstancias son muy distintas. El peronismo tiende a resistir las ambiciones excesivas de sus suyos: cuando un líder deja de escuchar y concentra demasiado poder otros toman distancia y dividen los votos del partido. Esto pasó en 2013 y 2015, cuando Sergio Massa se presentó como peronista disidente y salió tercero, permitiendo que Macri llegue a la segunda vuelta contra el candidato kirchnerista. Eso podría pasar de nuevo si Cristina Kirchner intenta dominar en el nuevo gobierno: muchos gobernadores provinciales y el propio Massa volvieron al redil solamente porque Alberto Fernández será el presidente, pero desconfían de Kirchner.
En resumen, el fracaso de Macri confirma que no parece haber una forma políticamente sostenible de reformar y abrir la economía argentina. Puede que los beneficios de largo plazo de liberalizar, mejorar la competitividad y reducir el gasto público sean claros en teoría, pero los costos sociales inmediatos de estas políticas son demasiado elevados para que los argentinos lo soporten. La elección de Fernández podría verse como suicida para muchos dentro y fuera de Argentina, pero para los millones que votaron por él fue cuestión de auto preservación.
Algunos podrían decir que esta situación es deprimente, y tendrían razón. Para muchos argentinos, sin embargo, es volver a la normalidad.