La farsa terminó
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Desde la llegada al poder de Hugo Chávez en febrero de 1999, el gobierno venezolano fue denominado de muchas formas por quienes lo estudiaron: autoritarismo competitivo, democracia iliberal, régimen híbrido, entre otras. Tras la proliferación de etiquetas estuvo siempre la noción de que, pese a su indiscutible talante autoritario, el régimen chavista nunca erradicó del todo los espacios de contestación a su poder.
Aunque asediados, nunca desaparecieron los medios de prensa críticos. Tampoco desaparecieron las elecciones. Todo lo contrario: se celebraban con inusual frecuencia y, aunque cundidas de un grotesco ventajismo, ofrecían a la oposición la posibilidad de contender, contar sus votos limpiamente y, en alguna ocasión, derrotar al oficialismo.
El ejercicio de poder del chavismo aparecía como abusivo y cuestionable, pero su origen democrático era difícil de refutar. Venezuela no era una democracia liberal, pero tampoco era una dictadura; Chávez no era Lincoln, pero tampoco era Videla.
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