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El nuevo gobierno de Estados Unidos hereda un caos a nivel nacional, pero no debe descuidar a la región.
Ahora que el gobierno de Joe Biden comienza a deshacer el legado de Donald Trump en América Latina, muchos en la región parecen mostrar un optimismo cauteloso sobre la posibilidad de entablar relaciones más constructivas con el vecino del norte.
El rápido giro del presidente Biden hacia una política migratoria más compasiva envía un mensaje poderoso, además de que ha prometido adoptar un enfoque basado en los valores e intereses nacionales (no personales), con un compromiso renovado con la democracia, los derechos humanos y el combate a la corrupción. También ha recalcado la urgencia de la lucha contra el cambio climático.
Las duras realidades que enfrenta América Latina podrían frustrar las metas y aspiraciones del nuevo gobierno de Estados Unidos en una región devastada por una altos niveles de violencia y enormes desigualdades.
La espiral descendente en la que se encuentra América Latina, la cual comenzó en 2013, ha acabado con los avances económicos y sociales logrados en la década anterior. Los gobiernos tanto de izquierda como de derecha se han quedado cortos: la clase media se ha contraído mientras que la pobreza extrema y el desempleo han aumentado, lo que ha generado descontento y agitación social. La política se ha vuelto más polarizada y confrontacional, y la satisfacción con la democracia ha caído a su nivel más bajo en décadas. Hay un clima propicio para el autoritarismo.
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