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Aunque quizás sea justificada por los trágicos sucesos en Siria, la decisión del presidente estadounidense Donald Trump de no asistir a la Cumbre de las Américas, que inicia el 13 de abril en Lima, fue desalentadora para los líderes de América Latina y el Caribe. Es probable que la perciban como la confirmación de la prolongada indiferencia de Trump hacia la región. Su discurso provocador y políticas erráticas ya han enturbiado las relaciones interamericanas y han dejado inquietos a los mandatarios del continente.
Algunas decisiones de la Casa Blanca han sido criticadas como abiertamente hostiles con América Latina, como la orden de enviar tropas de la Guardia Nacional a la frontera con México y la cancelación de programas que protegen de la deportación a millones de inmigrantes. La obsesión de Trump de construir un muro fronterizo ha sido particularmente desconcertante. También ha incomodado la amenaza del gobierno estadounidense de rehacer las reglas del comercio internacional, la imposición de gravámenes proteccionistas y la posible cancelación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, que lleva vigente veinticinco años.
Los intentos de Washington por revivir la fallida “guerra contra las drogas” no han sido bienvenidos. Lo mismo sucede con la postura intransigente hacia Cuba, una actitud que, en buena medida, ha revertido la apertura del expresidente Barack Obama, celebrada a lo largo de la región y que llevó hace tres años a Raúl Castro a su primera Cumbre de las Américas. Se espera que acuda de nuevo en esta ocasión.
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