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Hace pocos días se publicó en México el libro, que pronto se presentará en Chile, “La derecha radical en el Partido Republicano: de Reagan a Trump”, del cientista político mexicano Jesús Velasco, que aborda la progresiva fragmentación de ese partido y su efecto disruptivo en la gobernabilidad de EEUU. Su autor advertía a comienzos de 2016 que el movimiento neoconservador no se sentía representado por Trump. “El neoconservadurismo, considerado en la época de George W. Bush como una tendencia ultraconservadora, aparece hoy como una expresión moderada ante el surgimiento de las expresiones fanáticas, burdas y extremistas de Trump”.
Ha pasado mucho tiempo de cuando un republicano – Nelson Rockefeller – se declaró liberal en su afán de llegar a la Casa Blanca. Más tarde, el partido se cautivó con el pensamiento de los neoconservadores, luego ganó fuerza el llamado Tea Party, aún más radical, y empezaron las fragmentaciones y rupturas. Así continuó hasta a la convención republicana donde, surfeando sobre todas las tendencias, Trump impuso su estilo, atrajo a los escépticos y desilusionados de todo, a los castigados por la globalización. Y muchos creyeron ver en ese candidato el triunfo de los neoconservadores. Se equivocaron. Es válido preguntarse cuáles pueden ser las consecuencias políticas nacionales e internacionales de imponerse su visión.
Tuve la oportunidad de participar en la convención demócrata en Filadelfia y de seguir de cerca la convención republicana, donde fueron proclamados Hillary Clinton y Donald Trump. Mi convicción fue que la decisión republicana se había tomado a regañadientes. Aun así, Trump ha logrado asomarse como posible ganador. A pesar de su gravitación electoral, la crisis se ahonda y a días de la elección la disputa interna de los republicanos tiene consecuencias elocuentes: más de 160 altos dirigentes políticos han negado su respaldo a Trump. Lo que debemos constatar los latinoamericanos es que el resultado electoral no pondrá fin a la nueva realidad que ha develado esta campaña.
Aun si Clinton gana, las señales indican que el sistema político de EEUU está en crisis, con síntomas evidentes de ingobernabilidad. Ello afectará el nivel de hegemonía global de EEUU, en un momento histórico en que el poder se desplaza sostenidamente hacia el Asia y China. El funcionamiento del bipartidismo tendrá que ser revisado para evitar la polarización a costa de los moderados de ambos sectores que lograban concordar lo esencial para ponerse a la altura de los desafíos de Estados Unidos.
Como ha escrito en días pasados mi colega Abraham J. Lowenthal, expresidente del Interamerican Dialogue, “el peor resultado de las elecciones sería que se profundizaran aún más las tendencias disfuncionales en el gobierno de los Estados Unidos: la polarización política y social”.