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La política de Obama hacia Cuba ha sido muy clara: La reciente decisión del gobierno de abstenerse en la votación de la ONU sobre el embargo comercial, aunque en gran parte simbólica, transmitía el compromiso inquebrantable de la Casa Blanca para normalizar los vínculos entre Estados Unidos y Cuba.
En un momento en que el gobierno cubano está demostrando su resistencia al cambio, la votación de los Estados Unidos pone de manifiesto que el gobierno de EE.UU. no exige “quid pro quos” de Cuba porque se piensa que cuanto más se abran los Estados Unidos a Cuba, mejores serán las perspectivas para una economía próspera y una política democrática en la Isla.
De hecho, son los cubanos los que ahora están imponiendo condiciones a los Estados Unidos, exigiendo que el embargo sea levantado antes de que lleguen las empresas de Estados Unidos, otorgándoles las mismas oportunidades que ahora disfrutan otras empresas extranjeras. Sigue siendo un misterio lo que Donald Trump planea hacer con respecto a la política cubana. Al principio de su campaña, pensó que la iniciativa de Obama era bienvenida, incluso con retraso. En el último mes de la carrera presidencial, cuando sus consejeros contaron votos en Florida, revirtió el rumbo y prometió detener la normalización hasta que Cuba se vuelva democrática.
Pero estos giros nos dicen poco sobre lo que hará cuando se instale en el Despacho Oval. Para entonces, debería saber que lo que ocurre en la isla no tiene muchas consecuencias políticas fuera de la comunidad cubano-americana de Florida, pero esto puede ser una oportunidad para que Trump o su secretario de estado demuestren un poco de dureza, enmendado una pieza clave del legado de Obama y de este modo satisfacer a los partidarios de Trump en Miami.