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SE PUEDE, y se debe, acusar al Presidente Trump de muchas cosas, pero no de falta de consistencia. Aunque muchos creían imposible (con razón, por lo descabellado de la idea) que pusiera en práctica su promesa de campaña de prohibir el ingreso a Estados Unidos de inmigrantes musulmanes, Trump firmó una orden ejecutiva en esa línea a los pocos días de asumir el gobierno.
De todas las decisiones iniciales de la administración Trump, tal vez la más extrema y radical, y la que más ha sacudido a los Estados Unidos y al mundo, ha sido el decreto que bloquea el ingreso de ciudadanos de siete países de mayoría musulmana, prohíbe el ingreso de refugiados de Siria por tiempo indefinido y de otros países por 90 días, y da preferencia a los refugiados cristianos.
Como era de esperarse ante una medida totalmente contraria a la Constitución, las leyes y los valores fundamentales de EE. UU., la orden -diseñada sin consultar a expertos en el tema- provocó rabia y caos por todo el país. Con docenas de personas detenidas a su arribo a Estados Unidos, miles protestaron en aeropuertos y espacios públicos. Se presentaron medidas judiciales contra el decreto en muchas jurisdicciones. Aunque partes de la orden han sido moderadas por la Casa Blanca y decisiones legales, en esencia sigue intacta, en una sociedad sumamente polarizada.
Por cierto, el impacto de esta orden en América Latina es limitado. Sin embargo, hay razones para preocuparse.