Pocos analistas habrían anticipado la magnitud del impacto que el inicio de la nueva administración de Trump ha generado, tanto en el ámbito interno de Estados Unidos como en sus relaciones internacionales y comerciales. Si bien se conocían diversas declaraciones de campaña, estas no diferían mucho de las emitidas durante su primer mandato, salvo por una mayor vehemencia en el mensaje y una creciente polarización en el escenario político estadounidense. Muchos esperaban que los cambios se implementaran de manera gradual y moderados por el propio sistema político del país.
Sin embargo, Trump ha llegado con una versión renovada, con decisiones inmediatas que abarcan desde una narrativa anti-woke, hasta el negacionismo climático con la ya anunciada salida del Acuerdo de París. También se ha evidenciado la participación directa de las élites económicas en su administración, el impulso a un nuevo proteccionismo comercial, con aranceles impuestos a China y amenazas hacia sus socios del T-MEC (y otros países), una política migratoria centrada en deportaciones masivas, y un giro radical en su política exterior que ha implicado acciones fuera de la diplomacia tradicional. Además, se ha interrumpido la asistencia internacional, particularmente las operaciones de USAID, y se ha promovido el lema “drill, baby, drill“, con un mayor énfasis en la exploración y extracción de petróleo en territorio estadounidense. También ha presionado políticamente sobre el Canal de Panamá y Groenlandia, por mencionar algunos de los muchos puntos de su amplia agenda, ya en gran medida implementada mediante Órdenes Ejecutivas, todas en el transcurso de su primer mes de mandato.
Con estos primeros y contundentes indicios sobre el rumbo de esta nueva administración, podemos realizar un análisis más detallado sobre los posibles impactos inmediatos en el sector energético y los temas climáticos en América Latina, áreas que forman parte de los asuntos más controvertidos de la agenda interna de Estados Unidos.
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