Latinoamérica y las elecciones en Estados Unidos

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En los últimos días de la campaña electoral estadounidense, la primera dama, Michelle Obama, declaraba: “No es lo que se entiende habitualmente por política”. Las elecciones han dado lugar al que tal vez sea el periodo más estrafalario, beligerante y malintencionado de la reciente historia política de Estados Unidos. Los asuntos concretos, las políticas y la experiencia apenas han tenido relevancia en una campaña que ofrecía un asalto tras otro de insultos, acusaciones de conducta ilegal e indigna y duras condenas a los líderes y las instituciones de nuestro país.

La carrera presidencial ha sido más una pelea callejera en la que todo vale que una contienda política seria por el liderazgo del país más rico y poderoso del mundo. La campaña ha suscitado inquietud y temor entre el electorado y ha dividido amargamente al país por fronteras de clase, educación, género, raza y geografía. Puede que, al final, todo quede en una mera aberración y la política vuelva a la normalidad en la próxima legislatura. O puede que altere radicalmente la política de EEUU y la naturaleza del liderazgo político en el país, así como su papel en los asuntos mundiales.

Los sondeos indicaban a dos semanas de las elecciones que Clinton llevaba una ventaja apabullante, pero no insuperable, a Trump. Se ha asumido que será ella quien tome posesión del cargo de presidenta en enero, mientras que Trump y el Partido Republicano se preparan para una derrota inminente. Clinton es una candidata del establishment, con una dilatada y prominente carrera en la vida pública como primera dama, senadora y secretaria de Estado. De ella se espera que continúe en gran medida el programa de la administración de Barack Obama, aunque quizá con una política exterior y de seguridad más agresivas.

Trump pinta una imagen del EEUU actual oscura en todos sus aspectos, haciendo hincapié en la incompetencia de sus líderes, el deterioro de las instituciones públicas y privadas, la decadencia de normas sociales y principios morales, y los numerosos fracasos en política exterior. Con el eslógan “Hagamos que Estados Unidos vuelva a ser grande”, ha hecho sonar las alarmas sobre la necesidad de cambiar radicalmente la forma en que el país gestiona su economía –además de otros asuntos internos–, así como las relaciones con el resto del mundo, con el fin de restituir la gloria pasada que tantos estadounidenses creen que existió alguna vez…

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