La salida negociada será dolorosa

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Un año después del 18 de abril, Nicaragua se ha constituido en uno de los países más peligrosos del mundo, en donde el ejercicio de la violencia y la coerción institucional han prevalecido sobre el consenso y la democracia. El presidente y la vicepresidente, Daniel Ortega y Rosario Murillo, son responsables exclusivos de más de 400 muertos, 2000 personas heridas, más de 300 000 desempleados, 80 000 emigrantes y exiliados, y la imposición de un Estado policial sin derecho a la protesta cívica y la libertad de expresión.

La estadística es abundante de hechos, emocionalmente desgastante, desesperanzadora en muchos casos. Refleja la historia de un país que no progresa cuando Daniel Ortega tiene el poder en sus manos. Durante sus períodos de Gobierno, la violencia, la manipulación, polarización, han prevalecido sobre el respeto al Estado de derecho y las instituciones democráticas y las libertades públicas.

Ortega y Murillo tienen una excesiva obsesión por el poder político, que contrasta con una genuina exigencia del cambio democrático. La obsesión los lleva a sostenerse en el poder bajo cualquier circunstancia sin importar el deseo de la voluntad popular, el interés nacional, o el drama humano de los muertos, torturados, encarcelados, entre muchos mas abusos.

Como una de las activistas de la oposición lo puso: “Daniel Ortega y Rosario Murillo no tienen escrúpulos.” No les importa matar.

Después del acuerdo parcial del 29 de marzo la ilusión del cambio político se desvaneció en la medida que el Gobierno no cumplió con los acuerdos negociados. El Gobierno ha dejado claro que ellos seguirán gobernando por la fuerza bruta en el corto plazo.

Es evidente que Daniel Ortega y Rosario Murillo han definido los términos de negociación de manera muy clara: mientras ellos estén en el poder, la inclusión de cualquier reforma es inaceptable.

En otras palabras, la situación política ya no depende ahora de cumplir con los acuerdos negociados, de adelantar las elecciones y frenar la impunidad, sino de presionar la salida negociada de Ortega. En otras palabras, el 18 de abril de 2019 Nicaragua sigue exigiendo la misma demanda de abril del año anterior.

Este reclamo no es subversivo, golpista o conspirador, sino una fórmula que el Gobierno mismo le impuso al país. La diferencia está en que antes el llamado de su salida lo hicieron los estudiantes y el pueblo en general, ahora Ortega dice que no hay negociación a menos que él se vaya.

La conspiración democrática

Los nicaragüenses quieren construir una democracia sin caudillos, y por ello siguen comprometidos en la protesta no violenta y con líderes jóvenes. La lectura de Ortega-Murillo de la no violencia es que la oposición les tiene miedo, y mientras ellos sigan amedrentando, el régimen seguirá gobernando.

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