La libertad es la decisión personal de actuar a juicio propio y un acto de vida cuyo límite es tolerar la autodeterminación del otro. Cuando el otro son muchos y todos queremos tener propiedad de esa motivación de decidir lo que queremos o deseamos, el consenso colectivo generalmente concuerda con normas que mantengan un balance en la suma de decisiones sin infringir sobre ningún otro. De eso se trata la democracia liberal.
Pero la restricción de libertades, o la imposición de la voluntad de uno sobre otros, que incluye la expulsión de personas, actores políticos o sociales, elimina esa democracia. La migración ha sido una respuesta de mucha gente de irse de su país frente a las restricciones a su libertad, la privación de oportunidades, y en algunos casos ocurre por la fuerza misma de un estado sobre su población. Ahí es donde surge el exilio político de esa privación de libertad, de la expulsión. Sin embargo, con la fuerza necesaria, el exilio también es una motivación para recuperar la libertad.
A diferencia del acto de migrar, el exilio político es una condición en la que un actor político salió huyendo de la represión o fue expulsado a la fuerza y logra refugio o asilo fuera de su lugar natal. El exilio es consecuencia de la experiencia política, y trae consigo el trauma de la violación humana con un destierro que te obliga a hacer grandes sacrificios para salir adelante.
En la mayoría de los casos el exilio se convierte en una condición permanente que hace resignificar tu identidad de manera que uno trata de adaptarse en su destierro para continuar la lucha política, asignándose un estatus anacrónico de temporalidad.
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