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De acuerdo con datos de la encuesta Latinobarómetro, solo seis por ciento de los salvadoreños tiene confianza en los partidos, la cifra más baja de América Latina. En el resto de la región los porcentajes no son mucho mejores: el promedio regional es 13 por ciento, menos de la mitad del 30 por ciento que manifestaba confiar en los partidos en 1997. Cualquiera que sea el resultado electoral, El Salvador, uno de los pocos países latinoamericanos que aún conservaba un sistema de partidos sólido, con agrupaciones robustas, disciplinadas y estables, habrá entrado en las revueltas aguas en que navegan casi todas las democracias de la región, donde la creciente volatilidad e irrelevancia de los partidos es ley.
La debilidad de los partidos es uno de los problemas más serios de la democracia en América Latina. Negarse a enfrentarlo es resignarse a tener una política balcanizada, volátil, caudillista y, por ello mismo, machista. Una política que engendra todos los monstruos que América Latina debe liquidar de una vez por todas.
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