La ambigüedad de EE UU con respecto a las ambiciones políticas y geoestratégicas del TPP, indican que, al menos de momento, compartir el poder en Latinoamérica, Asia y otras regiones no está entre las principales prioridades de la política exterior estadounidense.
La transformación de China en superpotencia mundial fue evidente en Latinoamérica en las décadas de 1990 y 2000. A lo largo de este periodo, la colaboración económica con China hizo que muchos países de la región obtuviesen considerables ganancias económicas. Las empresas chinas invirtieron en el sector minero peruano, en la agricultura caribeña, en las infraestructuras de energía y de transporte en Ecuador y en Argentina, y en el sector industrial brasileño y mexicano, entre otros. Las economías de algunos países, como Venezuela y Ecuador, se han sostenido principalmente gracias a los créditos chinos a lo largo de la última década. Venezuela recibió unos 60.000 millones de dólares de entidades oficiales chinas entre 2005 y 2015. Otros países, como Chile y Perú, se han beneficiado en gran medida de la demanda china de cobre y de otras materias primas.